Nardusa y Mecisa

 

En los montes de la Magna Grecia, cercana a Etnea, vagaba Nardusa sin rumbo fijo en su devenir de ser mitológico. Con la triste inexpresión por la ausencia de palabra, caminaba paso a paso, muda, esperando que alguien pronunciase unas palabras para repetirlas con su Eco. Su voz habitaba en la sombra, era hija de la noche, sin Éter, sin luz, sólo vivía en la proyección de la alteridad.

Un día Nardusa atisbó a lo lejos un lago, cercano a Lentini. Por aquellas tierras pocos habitantes se percibían. Y Nardusa, pues, ausente de sentido en su caminar cuando no podía hablar, porque ante la nada no le resultaba posible repetir el Eco, se acercó a aquellas aguas cristalinas. ¡Qué sed invadía su cuerpo!, tanto como el ansia impaciente por beber conocimientos. Nardusa se acercó pausadamente atraída por la luz de la transparencia, que admiraba por ser de entre aquellas criaturas hijas de la sombra. En ese momento percibió una imagen. Era alguien, ahí estaba, justo el Otro que ella necesitaba para vivir en el Eco. Asomándose sigilosamente, tímida y valiente a un tiempo, Nardusa lo vio. Sí, era un ser poderosamente atractivo y repugnante a un tiempo. Se acercaba, lo besaba en las aguas, declaraba su amor en el grito ausente de su garganta implosiva. Y sin embargo nadie respondía más que el propio silencio ondulando las aguas. Nardusa, amante de sí misma, se vio reflejada en aquel lago, y mientras su amor crecía como las hojas de acanto en la primavera siciliana, Nardusa, Mecisa, se iba petrificando desde lo más externo, fagocitándose hasta el interior, cruzando los horizontes aquel grito de la nada que Mecisa profería hacia dentro para evitar que la piedra apagase el fuego de su corazón.

Imagen: Gala Fernández. Texto: Nieves Soriano Nieto

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In the mounts of the Great Greece, near Etnea, Nardusa wandered around without a fixed path in her essence of mythological being. With the sad inexpression caused by the absence of words, she walked step by step, dumbed, hoping that somebody pronounced some words to repeat them with the Echo. Her voice lived in the shade, was the daughter of night, without Ether, without light, she only lived in the projection of the alterity.
One day Nardusa saw in the distance a lake, near Lentini. In this place there where not so many habitants perceived. And Nardusa, then, without any sense in her wandering when she could not speak, because in front of the nothingness was not possible to her to repeat the Echo, approached those crystalline waters. What a thirst invaded her body!, it was as big as the impatient anxiety to drink knowledge. Nardusa approached it slowly attracted by the light of the transparency, that admired because she was one of those creatures daughters of the shade. Then she perceived an image. There was somebody, there it was, right there the Other that she needed to live stealthily in the Echo. Leanting out timid and brave at the same time, Nardusa saw it. Yes, it was an attractive and repugnant being at the same time. She approached to it, she kissed it on water, she declared it her love in the absent shout of her implosive throat. And nevertheless nobody responded but the silence undulating the water. Nardusa, lover of herself, was reflected in that lake, and while her love grew like the leaves of Acanthus in the sicilian spring, Nardusa, Mecisa, was little by little petrified from the surface, fagociting herself, to the interior. And this shout was crossing the horizons of the nothingness that Mecisa cried towards the inside avoiding that the stone extinguished the fire of its heart.

Posted by: Nieves Soriano Nieto & Gala Fernández