La  mirada nos hace recordar aquellas horas que pasábamos reflexionando en  las lecturas sobre la estética del paisaje. ¿Es el ser humano capaz de  participar en la belleza natural? Si ésta se nos presenta a la mirada  como algo que está ahí, que nos domina, nos domeña, desde una teoría del  paisaje romántico, ¿podríamos acaso osar pensar en modelarla? 
Esa  presencia natural del paisaje se ha pensado en la Historia como un  lugar símbolo del jardín del Paraíso, una especie de Arcadia. Y en ella  se han proyectado las horas de vivencia y convivencia en las que los  seres humanos no eran nada más que pacíficos en su interior y en su  exterior. Sin embargo, ¿cómo cabría pensar la figura del Paraíso hecho  jardín a través del mito? 
Algunos,  siguiendo el ímpetu del Renacimiento, creyendo que el ser humano podía  gobernar con su conocimiento, con las leyes, con la geometría, con la  física, en suma, con la ciencia, el mundo, pensaron el paisaje desde la  arquitectura. Una arquitectura racional, hija del canon, en la que, como  las formas de la Città Ideale en el arte de la época, no es posible que  la vida de la piedra albergue el más mínimo resquicio de la Historia de  la sombra. Y en esta línea de lo gobernable, de la luz, siguió el  ímpetu del paisaje planteado por el siglo XVIII francés. ¿Cómo veía  Louis XIV, según los términos de Peter Burke, su reino? Ordenado,  geométrico, porque en él, lejano a su mirada, se seguía el orden de  planteamiento de un jardín como el de Versalles que traspasaba la lejana  mirada sin que una rama fuera agitada por el viento.
Otros,  siguiendo la línea de la sombra, pensaron el jardín como una forma de  lo ilegislable. No existe más que el claroscuro  entre unas ramas que  ciegan en la salvaje naturaleza que crece en los paseos por el jardín  inglés, seguido por el Romanticismo. Un Turner, un Caspar David  Friedrich no plantean la forma feliz de una Arcadia si no es pasando por  la dialéctica de la inevitabilidad de la tragedia humana.  
Y  en este camino, albergando las líneas de lo monstruoso, Carl Warner nos  plantea, desde la fotografía, una forma diferente del paisaje. En él,  todo aquello que resulta dialéctico, irresoluble en el contexto de la  racionalidad o la sombra, está gobernado por las deformadas maneras de  lo microcósmico. El mundo, el parque, el paraíso, se convierte en una  visión de lo inefable que tan sólo pasa por los sentidos de la mirada  ampliada por ser empequeñecida. Si no surge resolución alguna de un  diálogo de conflicto en el planteamiento de qué significa el medio en el  que el ser humano habita, proyecta un origen feliz, será un espacio en  el que cabe dibujar el monstruo. En el mientras tanto de su búsqueda, la  estética del paisaje se convierte en un horizonte de lo bello  desconocido. 
Posted by: Nieves Soriano Nieto
 


 
 
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